El inicio de un nuevo año suele obligar a la gran mayoría de la gente a reflexionar sobre el rumbo que sus vidas están tomando, y qué les gustaría que sucediera a lo largo de los próximos meses. Una buena costumbre que, por otra parte, sería mucho más efectiva si no se limitase a una simple lista de imprecisos deseos, y se convirtiera en un auténtico plan de desarrollo personal al que dar un seguimiento continuado. Uno de los propósitos de año nuevo más comunes es el de ponerse en forma, motivo por el cual la mayoría de gimnasios ven como sus salas se llenan durante el mes de enero, para ir perdiendo afluencia progresivamente con el paso de las posteriores semanas. Yo, que llevo realizando puntualmente mis rutinas de ejercicio desde hace un buen número de años, siempre me pregunto qué es lo que lleva a otras personas a perder tan rápidamente su interés en algo que, en el momento de tomar la decisión de empezar, sabían que requeriría una buena dosis de esfuerzo a largo plazo.
La respuesta es la falta de fuerza de voluntad, o lo que es lo mismo, la carencia de capacidad para responsabilizarse de su propia evolución personal, sustituyendo el sacrificio necesario para alcanzar cualquier meta por excusas y lamentos que no llevan a ningún lado. Y del mismo modo que ocurre en el caso del ejercicio físico, sucede en cualquier otro tipo de objetivo. ¿Cuál es, por tanto, la mejor manera de desarrollar la fuerza de voluntad para evitar que los propósitos se vengan abajo tan rápidamente? Creer. Creer en la meta establecida y nuestro potencial para alcanzarla. Y para creer es fundamental tener claros dos puntos: priorizar un objetivo por encima de otros, y visualizar el proceso hacia su consecución. Esa visualización conduce a la segunda clave: planificar. Es imposible pretender conseguir un cambio sin saber qué y cómo hacerlo. El pensamiento estratégico es la mejor baza a la hora de plantear cambios o enfrentar imprevistos para llegar a un resultado óptimo. Un plan bien elaborado, que sea necesario revisar a diario para evaluar los avances, es la mejor receta contra el abandono. Es entonces cuando sólo queda persistir, luchar contra el acomodo y los obstáculos en forma de excusas. Sólo así es posible que al menos uno de esos deseos comiencen a tomar forma, y la satisfacción de conseguirlo no se centrará tanto en el propósito alcanzado, sea cual sea, sino en la sensación de poseer la fuerza de voluntad que te permitirá ir a por todo lo que te propongas.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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