La cosmovisión que describo en el libro Génesis del Liderazgo (y que sirve de base para entender los planteamientos posteriores) dibuja nuestra existencia como una unidad, un todo en el que cada una de sus partes están conectadas. Esa red infinita permanece en constante movimiento gracias a dos fuerzas opuestas que se enfrentan y se sobreponen continuamente, noche y día, frío y calor, macho y hembra, luz y oscuridad. Dicha dualidad está presente en todo lo que nos rodea, y es especialmente notoria en nuestro propio estado emocional. Teniendo en cuenta que somos libres de escoger nuestros pensamientos, acciones y hábitos, sólo existen dos caminos que tomar, el del estado esencial y el del estado depresivo; en ocasiones pueden cruzarse y llevarnos a la confusión, pero finalmente, sólo circulamos sobre uno de ellos.
Normalmente, elegimos vivir en un estado depresivo cuando dejamos que las circunstancias externas nos superen, privándonos así de la posibilidad de vivir en base a nuestra expresión; y optamos por un estado esencial cuando apostamos por nosotros mismos, por hacer lo que nos sale de dentro, sin dejarnos manipular por el entorno. Sin embargo, como apuntaba anteriormente, el camino esencial nunca deja de mezclarse con el depresivo. Es imposible vivir una vida plenamente esencial, o exclusivamente depresiva, pues la dualidad provoca continuamente la atracción de los opuestos. La cuestión es decidir si deseas ser una persona depresiva, débil y bloqueada, que disfrute de unos cuantos momentos de alegría, o alguien feliz, que persiga su voluntad, y capaz de enfrentar los inevitables duelos y desengaños que nunca dejarán de presentarse.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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