Hace casi un año y medio, una persona que me había visto en un medio de comunicación presentando mi primer libro, me comentó durante un encuentro posterior que le había gustado todo lo que había dicho, salvo una cosa, la frase “si no estás en Internet, no existes”, alegando que si eso fuera cierto, su abuela no existiría. Enseguida le expliqué que, obviamente, no hablaba de existencia personal, sino profesional; pareció comprenderme, aunque no se quedó a gusto. No me considero un especialista en redes sociales (sí lo es mi compañera en esta firma consultora), aunque el correcto manejo de la comunicación e imagen de personas y agrupaciones implica conocer bien todo lo relacionado con ellas, y después de muchas experiencias, unos cuantos meses después de la anécdota mencionada, solo puedo reafirmar aquella frase que me pronuncié casi inconscientemente. Las redes sociales, tal y como las conocemos hoy en día, no son una simple moda, sino el resultado de una evolución de distintas plataformas de conexión online, que han ido perfeccionándose hasta desembocar en la actual generación de social media (Facebook, Twitter, LinkedIn, Youtube, Instagram…), y no de forma aleatoria, sino buscando diferentes objetivos que permitan a las distintas opciones ser compatibles, y dejar de competir con intención de engullirse mutuamente, al menos en el caso de las más fuertes.
Por ese motivo, el actual abanico de páginas sociales en línea ha dejado de enfrentarse, y ha pasado a compenetrarse, consecuencia de haber logrado consolidar las ideas que pusieron en marcha otras plataformas predecesoras, como Messenger, Fotolog, Myspace... Todo ello nos ha conducido a un fenómeno que empezó a hacerse notar hace dos o tres años, y que hoy es una realidad: la sincronización digital de nuestros perfiles en Internet. Cada red social tiene un objetivo determinado, con unos contenidos y un tipo de público concretos. Twitter es un termómetro social, texto, noticias e información inmediata y constante. Youtube es una televisión a la carta, con contenido audiovisual que muestra los trabajos de perfiles personales y de empresas. LinkedIn es un espacio profesional, donde sus usuarios exponen su CV y logros en busca de contactos e incluso de proyectos laborales. Instagram son sólo imágenes. Y Facebook es una mezcla de todo, con el público más diverso, incluyendo texto, imágenes, vídeos, seriedad e informalidad; y por eso es perfectamente compatible con el resto de plataformas. Finalmente, muchos de nosotros nos encontramos con un panorama en el que disponemos de un mismo perfil, personal y/o profesional, en varias redes sociales, seguros de que en cada una de ellas disponemos de públicos y metas diferenciadas. Basta con poner nuestro nombre o el de nuestra marca en Google para comprobarlo. ¿Es posible mantenerse al margen, como cualquier persona desinteresada por las nuevas tecnologías? Claro que se puede, lo que ocurre es que la nueva e inevitable cosmovisión digital ha comenzado a instaurar la necesidad de convertir los perfiles sociales en marcas, sobre todo en el caso de las nuevas generaciones con intereses profesionales, y para que las marcas existan, deben sincronizarse en la red.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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