Publicaba en este blog, hace unas semanas, un artículo sobre las personas intuitivas, aquellas que viven en un estado esencial, lo que les otorga la posibilidad de interpretar los mensajes de su conciencia para tomar mejores decisiones. Sin embargo, existe otro camino, el del bloqueo y la obstaculización, el del victimismo y el complejo, el de la autodestrucción, al fin y al cabo; y lo que es peor, la necesidad de contagiar esos pésimos sentimientos y actitud al entorno. Me refiero a las personas que piensan que la vida es un camino de sufrimiento marcado por unos pocos momentos de alegría, las mismas que miran con recelo los avances de otros, y excusan el éxito ajeno con calificativos como “suerte” o “ayudas”, para autoengañarse y forzar la validez de su filosofía. Todas ellas pertenecen al grupo de lo que he llamado ‘estados depresivos’, no porque padezcan necesariamente dicha enfermedad, sino porque representan la inevitable oposición negativa a quienes muestran una actitud más empática y animada. Del mismo modo que los estados esenciales dedican su tiempo a buscar la manera de promover su desarrollo personal, así como el de su entorno, quienes optan por el otro camino, hacen todo lo contrario, inventar excusas y encontrar la forma de desdeñar lo que otros promueven, y no precisamente con menos esfuerzo que quienes deciden invertir su tiempo en algo más positivo, a veces incluso con más, pues es más fácil destruir que crear.
Es entonces cuando sale a relucir otra de las capacidades de todo verdadero líder (o al menos de quien sabe liderarse a sí mismo), reconocer cuando esas críticas dejan de ser constructivas, y se convierten en nocivas, para pasar a ignorarlas y negarles el innecesario daño que pretendían provocar. La crítica pierde todo sentido constructivo cuando toma forma de ofensa, y no permite al receptor sacar nada en claro. Si se acepta, lo único que puede provocar es detener la actividad de quien la recibe, en lugar de reconducirla en una mejor dirección. Por eso, es importante aceptar que la decisión de crear, provoca a su vez la necesidad de destruir por parte de quienes han elegido vivir el camino opuesto. La buena noticia es que el creador tiene siempre la última palabra, sólo él decide cómo puede afectarle la reacción del entorno.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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