Para comprender el origen de la comunicación efectiva es necesario reflexionar con amplitud y profundidad; la teoría que planteo en el libro Génesis del Liderazgo aborda esta cuestión, y para ello parto de lo general, de una cosmovisión basada en la idea de ‘Unidad’, creando así una filosofía global a partir de la que explicar conceptos más concretos. La comprensión del universo como un ente unido es la primera de las siete claves del camino hacia la realización personal. La Unidad hace referencia a que vivimos en un mundo conectado, un puzzle formado por innumerables piezas que dan forma a todo lo que nos rodea. Nosotros somos unas de esas piezas. Esta afirmación basada en la conexión global no es un simple enunciado espiritual o metafórico, es una realidad científica. Todo lo que nos rodea es materia (partículas, ondas, gases, átomos, células...), nuestras limitaciones visuales crean una falsa sensación de vacío espacial, pero sólo es una ilusión óptica.
El liderazgo es comunicación efectiva, y para comunicar con eficacia hay que conectar con el entorno. Cuando el emisor comprende que ese entorno no es un ente aislado, separado, empieza a empatizar, se aleja del ego para darse cuenta que sólo es una parte del todo, una pieza de un puzzle que funciona en perfecta armonía. Por eso, el origen del liderazgo entendido como punto álgido de la realización personal, se basa en algo tan amplio y profundo como la comprensión de que vivimos en un mundo unido, en el que todo está conectado, y en el que es imposible dejar de proyectarse. Nunca dejamos de comunicar, lo hacemos continuamente, por el simple hecho de existir. Cuando se entiende esto, se da un enorme paso a favor del desarrollo personal, aprendemos a no echar tanto la culpa hacia fuera, y centrarnos más en nosotros mismos, pues somos los responsables de nuestra proyección. Es cierto que, independientemente de todo, podemos recibir ataques, faltas de respeto injustificadas, malas caras, pero quien sabe que su evolución depende de la empatía, y no del ego, sabe también reaccionar favorablemente cuando vienen mal dadas. La aceptación de que formamos parte de un mundo conectado, en el que cada pieza tiene una función, algo distinto que aportar, y nadie es superior a nadie, conduce a la empatía, y la empatía favorece la comunicación efectiva con el entorno, a diferencia del ego, que entorpece la comunicación creando una barrera ficticia entre el emisor y sus receptores. Cualquier liderazgo basado en el ego es irreal, es forzado, se podrá considerar como tal de acuerdo a la definición que el diccionario muestra de este concepto, relacionándolo con el poder y la autoridad, pero no será verdadero liderazgo, porque para que lo haya tiene que haber un mensaje. Una persona se puede considerar como un líder cuando, al mencionar su nombre, en la mente de quienes le conocen aparece una idea clara y concisa, con sentido positivo y, sobre todo, que incita al movimiento; ese es el mensaje. Vivimos en una red inmensa en la que cada gesto, cada palabra, cada acción, cada estímulo emitido, cuenta. Si esas acciones son empáticas, damos un tirón a la red suficientemente fuerte como para influir y provocar movimiento, y la mayoría de las respuestas serán positivas. Si las acciones se basan en el ego, la conexión es débil, ya que establecemos una barrera entre nosotros mismos y el resto, nos aislamos, y por tanto aislamos nuestros intereses de los del resto de personas, y de esa manera, el verdadero liderazgo no es posible. La conexión es el origen de todo, de la comunicación efectiva, de nuestra evolución personal, y del liderazgo en su más profunda acepción. Formamos parte de una enorme red en todo lo que hacemos, cada pensamiento, cada gesto, y cada acción provoca algún tipo de movimiento, por insignificante que pueda parecer. Cada estímulo emitido es una causa, esa causa es comunicación, y sus consecuencias determinan nuestro desarrollo en la red global. Los comentarios están cerrados.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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