Desde muy jóvenes comenzamos a modelar nuestra identidad, nos damos cuenta de la importancia que tiene la imagen a la hora de relacionarnos con otras personas, y cómo ésta puede ser determinante para alcanzar la aprobación o popularidad que todos hemos deseado en algún momento de nuestra infancia, adolescencia e incluso edad adulta. Por eso, nos mimetizamos con lo que vemos afuera, con el comportamiento de las personas que admiramos, con lo que aparece en la televisión y las revistas, etc. Es muy común encontrar a personas que aparentan ser oscuras, duras y distantes, cuando en situaciones de confianza, demuestran ser todo lo contrario. Del mismo modo que es fácil toparse con alguien que enseña una continua sonrisa, una actitud extrovertida y amigable, para acabar demostrando ser más cerrado y egoísta de lo que parecía. Mucha gente da una connotación negativa a sus virtudes, y resalta las ajenas, al compararse erróneamente con quienes considera felices y exitosos. Una persona cercana y sensible acaba percibiendo su forma de ser como algo negativo y un obstáculo para alcanzar sus metas; empieza por tanto a ocultar su yo, con nuevas capas de identidad que le permitan crear la imagen que su admirado entorno le haya inculcado como válida.
Finalmente, tendemos a crear identidades opuestas a nuestra esencia, por el simple hecho de sentirnos inseguros siendo como somos, y más protegidos comportándonos como otras personas que, según nuestra idealista percepción, tienen todo lo que deseamos. Las personas sensibles y empáticas suelen rechazar esas capacidades, y las tapan con una falsa rudeza; los más serios y solitarios, disfrazan esa actitud natural para aparentar ser más sociables y carismáticos, viviendo así incómodas situaciones contrarias a sus verdaderos sentimientos. Todo ello sin darnos cuenta de que detrás de esas capas de falsedad, existe una versión de nosotros mismos mucho más rica de lo que creemos. La sensibilidad puede llevar a alguien a conectar con gente afín para consolidar relaciones de gran apoyo mutuo; del mismo modo que la frialdad puede ayudar a una persona a mantenerse concentrada y encontrar la inspiración para crear, escribir, dibujar, y expresarse de otra manera mucho más enriquecedora que mediante una sonrisa forzada. Cuando nos quitamos la máscara, nos damos cuenta de lo mucho que podemos ofrecer, y de la poca importancia que merece el viejo miedo al rechazo social. Es entonces cuando construimos una nueva identidad, basada en lo que realmente somos, y no en lo que creíamos que sería lo correcto.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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