Hoy en día, se habla a menudo de las personas orgullosas con cierto tono despectivo, como si esa actitud conllevase necesariamente a la prepotencia y al menosprecio. Basta con fijarse en figuras públicas reconocidas como orgullosas, por ejemplo, campeones dignos de admiración como el boxeador Floyd Mayweather, o el futbolista Cristiano Ronaldo, y la gran cantidad de haters que tienen a sus espaldas, quienes les restan méritos en favor de otros competidores que suelen mostrar en público un comportamiento más discreto. La cuestión es que se crea una tendencia en la opinión pública que normaliza el hecho de atacar inmediatamente cualquier cosa que tenga que ver con el auto reconocimiento, con la expresión de la autoestima. Ello conduce a una situación en la que parece que, si estás orgulloso de ti mismo, no puedes manifestarlo, porque está mal visto, siendo la solución ocultar esas emociones y hacer ver que “no es para tanto”, que “la suerte ha estado de cara”, o que “fue gracias al apoyo de terceras personas”, tópicos que quedan tan bien ante nuestros interlocutores, pero que reprimen en buena parte el amor propio, por temer que se vuelva en nuestra contra.
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Miguel Ángel Matilla Blanco: coach, consultor y escritor
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Octubre 2017
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